Por la pequeña ventana comenzaba a esconderse la luz. Cerró los ojos y recordó. El fuerte olor a mar se mezclaba con el de los carballos y pinos cercanos. Dos meses antes las calaveras de plomo se lo habían llevado arrastrándolo de los pelos y a patadas. Dos meses...
Aspiró profundamente el olor que entraba por la pequeña ventana como queriendo almacenarlo todo. Después los gemidos, el agotamiento, la pérdida de la noción del tiempo, del espacio y hasta del dolor. No sabía dónde, ni quién…
Se imaginó remando en una gamela en dirección desconocida, rodeado de mar mientras las gaviotas revoloteaban sobre él. ¿Qué buscaban?, no se veía tierra ni había salido a pescar. ¿Quizás ya sabían…?. Tan solo hacía quince días, duró unas horas y ¡ya! Dijeron que dijo pero no recordaba.
La pequeña barca sobre la arena y las algas sobre ella en un orden desconcertante. Volvió a aspirar. Un cangrejo se acercó a él y trepó por sus pies descalzos. El Sol del recién estrenado otoño le calentaba el cuerpo desnudo. El cielo inusuálmente azul y las olas rompiendo mansamente contra las rocas. Se lo guardó todo. Cuando se lo comunicaron no sintió nada.
Le trajeron la cena, cerró los ojos y se vio en la cocina, sentado a la mesa, su madre y su hermana. Del horno de hierro salía un apetitoso olor. Aspiró de nuevo, se lo quería llevar en su nariz. ¿Odio?, no. ¿Rabia?, no. ¿Miedo?, no. Seguía sin sentir nada pero algo le agarraba el pecho por dentro y le estrujaba el corazón que por milésimas de segundo dejaba de latir. “Vamos a hacer todo lo posible”, le dijeron las jóvenes corbatas.
Se escuchó el cerrojo de la puerta. Cuando entraron lo supo, lo sabía desde hace días. "Lo sentimos, será al alba".
NOTA. Este pequeño relato es en recuerdo a los cinco jóvenes fusilados el 27 de septiembre de 1975, los últimos fusilados del Régimen Franquista, menos de un mes después Franco murió en la cama.